miércoles, 9 de mayo de 2007

Equipaje para salir sin ser visto

Gustavo Valle


Usted jamás tendrá que sentir miedo a un naufragio. Le bastará con quitarse un poco de ropa, cargar en la mano la cantidad necesaria de equipaje y flotar por el aire.

H.G. Wells., La verdad de Pyecrat

Me vienen unas ganas terribles de tener una maleta con todo lo necesario Usted me pregunta qué tipo de maleta, y yo pienso en la boîte-en-valise de Duchamp. Una maleta donde pueda transportar mi cepillo de dientes, pero también mis recuerdos, y el producto de mi trabajo. Duchamp metía allí sus obras en versión miniatura y junto a él transportaba el clon diminuto de su catálogo artístico. Hoy, con la miniaturización rampante de la vida, yo metería en esa maleta ideal las guerras de occidente y oriente, las mujeres menores de cuarenta años, y también a mis muertos más queridos, y todo mi futuro, o lo que de él quede hasta la fecha. Por último metería un objeto contundente para propinarme un sopapo suicida, en caso de ser necesario.

Le hablo de una maleta con varios compartimentos, que permita ordenar la confusión que lucha en mi cabeza. Lo bueno de una maleta es que obliga a organizarnos y a decir: esto no es una maleta, es la vida portátil. Y lo portátil es como un océano que parece no tener fin y que sigue desplazándose con uno, como decía ese especialista en objetos portátiles, el catalán Enrique Vila Matas. De manera que algo es portátil cuando vale la pena, y las cosas que valen la pena son las que podemos transportar, las que llevamos con nosotros a todos partes. Si hay un objeto que no cumpla con esa condición, entonces no es tan importante. El dinero, campeón de lo portátil, lo llevamos siempre en los bolsillos. También las palabras que (en el mejor de los casos) no hacen peso ni ocupan espacio, las llevamos pegadas a la cabeza como una peluca hecha a nuestra medida. En cambio un país, una nación entera, que es lo más pesado del mundo, no hay lugar donde meterlo. Ni un portaviones puede cargar siquiera un pedacito de nuestro país caribeño. Y así es preferible meter en nuestra maleta ideal una canción de cuna o un mapa (adecuadamente doblado) que reproduzca esa angustia de pertenecer a un sitio que no podemos transportar junto con nosotros.

No quiero agregar confusión a la confusión pero le confieso que si me dieran a escoger entre un cohete y una maleta, me quedaría con la maleta, que no requiere de combustible ni de un oneroso staff de especialistas. Una maleta tiene la ventaja de ser relativamente autónoma y no representa mayor gasto a su dueño que la decisión de saber qué meter dentro de ella, y eso, por suerte, ya lo tengo más o menos definido. Ahora bien, si tuviera que viajar hoy mismo a aquel planeta que orbita la enana roja Gliese 581, y que los astrónomos del observatorio de Lisboa acaban de descubrir como un planeta presuntamente habitable a veinte años luz de la tierra , yo metería en la maleta estas tres cosas:

-Una muda de calzoncillos

-El Tractatus de Wittgenstein

-Y la foto de una mujer en pelotas.

Es muy raro esto de vivir en un planeta (hablo ahora de la Tierra) que gira alrededor de una estrella que escupe fuego ad infitinum. Quizás por eso seamos tan proclives a la idolatría, esa extraña ley de gravedad de la sumisión humana. ¿Es que acaso podremos vivir en algo que no sea un planeta? ¿Usted qué cree? Lo cierto es que si nos movemos en un planeta que a su vez se mueve dentro de un universo creado por movimientos explosivos, Big Bangs, etc., es conveniente tener a mano una maleta con nuestras cosas más queridas. O con las cosas más odiadas, pues la posibilidad de que nuestra maleta se pierda en el mar de las maletas de las confusas aduanas interestelares es tan inmensamente grande, que sería bueno aprovechar y deshacernos de una buena vez y por todas de las cosas que más nos molestan. En esa maleta del extravío habría que meter:

-Una chayota, como símbolo de lo que carece de sabor.

-Y el Palacio de Miraflores, de manera que cada gobernante electo se siente en la silla lo más lejos posible. Para ello habría que miniaturizar el palacio, pero descuide, de eso no nos encargamos ni usted ni yo.

Como decía, esto no es una maleta, es la vida portátil. Y toda vida portátil tiene dos destinos: el exilio o el vagabundeo. Yo me quedo con el vagabundeo que no le hace daño a nadie, no como el exilio que tiene esa cosa quejumbrosa, ese tono de lamento bíblico. Un vagabundo sabe que su maleta (bolso, bolsa, mochila, da lo mismo) es su vida. Allí está todo, allí tiene todo. Y por supuesto nunca se separa de ella. ¿Cuándo se ha visto a un vagabundo sin su bulto, sin su maleta? Como las mujeres, que no se despegan de su cartera, así son los vagabundos. Por eso los vagabundos y las mujeres son ciudadanos de primera, pues no se despegan de su propia vida, ni un segundo siquiera.

Uno es uno y su equipaje, dijo Ortega, a pesar de que en ciertos casos (los casos más pedantes) el equipaje es invisible (imaginario, dirán otros) y entonces la maleta no es una maleta como todos conocemos, con sus herrajes y sus correas y sus rueditas, sino una forma de pensamiento, algo más parecido a un dilema y para eso no hay detectores de metales. En algunos casos esa maleta es pura nostalgia, y en otros, simplemente, ganas de salir, de irse. He sabido, incluso, de maletas que están hechas para quedarse. Por eso, Sr. Talabartero, le pido que me haga una maleta acorde con mis necesidades. Yo acá le dejo las cosas que deben ir dentro, pero suyo es el trabajo de diseñarla y fabricarla. Cuando esté lista me avisa, para entonces saber a dónde irme.


6 comentarios:

Jose Urriola dijo...

Qué relato tan extraño, tan gracioso y qué gusto tan particular el que deja.

Anónimo dijo...

Qué bueno, chamo, qué bueno.

SERGIO MÁRQUEZ dijo...

A mi me maletearon una vez...

Enrique Enriquez dijo...

Una vez Roberto y yo viajamos a un pueblo perdido en el medio de México, llevando cada uno como único equipaje una maleta con unos lentes de Groucho Marx y unos calzoncillos.

Cuando nos bajamos del autobús, un perro aulló y todos los charros lloraron, porque sabían que éramos invencibles.

Anónimo dijo...

esto me gustó, he sacado y metido algunas cosas de esa maleta y no termino de decidirme. apoyo la moción de la chayota. por cierto, leí tu artículo en letras libres y traté de comentártelo pero me borra la entrada. me espelucó esa entrevista y se me pareció demasiado a este país, saludos.

Zinnia dijo...

yo quiero una maleta ganas de salir corriendo... las fabrican en esta talabartería?? Gracias por el relato, excelente