Fedosy Santaella
Quizás existan mejores maneras de comenzar esta historia, pero el asunto es que lo dije. “Quiero andar en cueros con dos mujeres”, eso fue lo que dije, y cuando uno dice algo así, no queda más remedio que comenzar de esta manera. Así que ahí estoy, metido de cabeza en una talabartería, diciendo lo siguiente:
-Quiero andar en cueros con dos mujeres.
El hombre hizo una sonrisa realmente preocupante para quien la viera desde afuera, pero que para mí no significó gran cosa, y me dijo:
-Te tengo la solución.
Ahora te preguntarás qué estaba haciendo yo, que no soy carterista, en una talabartería. Pues no tengo la menor idea. Simplemente andaba por ahí, a la deriva, entregado a la música de violines en que me había sumido el lamentable estado de mi vida sexual, que en aquel momento, para serte sincero, no era ni siquiera lamentable, porque no era tampoco vida, ni mucho menos sexual.
Yo tenía años de años que no refocilaba, y la cama sólo la usaba para dormir, para ver pornos y para meterme debajo de las sábanas, jugando a que vivía un largo invierno en el Polo Norte, rodeado de osos hambrientos que algún día me devorarían (imagen cortesía de Timothy Treadwell, o de Herzog… o del oso, como prefieras). Total que voy arrastrando los pies, preguntándome cómo podía hacer para activar aquel asunto del sexo, cuando de pronto me encuentro con un aviso pegado a la puerta de un establecimiento comercial que decía “atrévase a preguntar”. ¿Atrévase a preguntar?, le pregunté al cartel, e imaginé que el susodicho me respondía: “Sí, atrévete a preguntar algo así como: ¿saldré de aquí refocilado?”. Pero no le hice caso, porque entré y no pregunté, sino que dije lo que ya dije que dije, es decir:
-Quiero andar en cueros con dos mujeres.
Y es que después de tanto tiempo, yo no quería una, sino dos, y hasta tres mujeres, pero para no ser exagerado o agalludo –siempre he sido una persona considerada-, pedí dos. (Sé que también hubiera servido una gorda, que valen por dos y hasta por tres, pero no estaba de ganas de gordas, porque recién me habían caído encima un par de nalgas de gorda desde un octavo piso y me costó mucho arrancarme aquellas nalgas de la cabeza).
-Te tengo la solución –dijo el hombre, y me puso sobre el mostrador un pedazo de cuero.
-Coño, ¿una piel de Zapa? –pregunté.
-¿Qué comes que adivinas?
-No mucho, soy un poeta del hambre también.
-Ah, de los escriben comentarios anónimos y corrosivos en los blogs.
Preferí no responder y formulé otra pregunta:
-¿Pero dígame, esta piel es la misma… es decir, la de Honoré… la de Amundaray?
-Usted es culto, pero bruto.
-¿Perdón? –dije ofendido.
-¿Cómo va a ser la de Balzac o la de Amundaray? Esas se gastaron.
-Cierto –concedí humilde.
-Esta es una nueva. Mire: reluciente, olorosa, y muy suave.
-Jefe, me la está vendiendo como si fuera a tener sexo con la piel de Zapa.
-Bueno, amigo, uno nunca sabe lo que hace la gente en intimidad. Pero en realidad la piel es para pedir deseos.
-Sí, hermano, pero no me la venda como una maravilla, que ya sé cómo termina la historia.
-Supongo que en la cama y en cueros con dos mujeres.
-No amigo, la de la piel de Zapa.
-Ah, bueno, pero es que la de Honoré y la de Raúl eran imperfectas.
-¿Qué quiere decir?
-Bueno, que cuando eso se hallaban en período de prueba, y bueno… se gastaban…
-Y también se gastaba la vida de quien la usaba. Pequeño detalle, ¿no?
-Pero ésta no se gasta, está repotenciada. Se lo juro por mi padrecito que vive en el cielo.
-¿Seguro?
-Tanto como el infierno.
-Guillo.
-..Que hay mucho pillo.
-¿Y puedo entonces pedir todos los deseos que quiera?
-Hasta que se le gaste el cuerito.
-¿Perdón? ¿Cuál cuerito?
-Bueno, imagino que si se tira una encerrona de qué sé yo, seis meses, con dos mujeres… bueno, algún cuero se gasta.
-Ni que eso fuera jabón.
-Señor mío, aquí no hablamos de jabones, esto es una talabartería. La farmacia queda al lado.
-No se ofenda, amigo, disculpe.
-Hay ofensas peores, como por ejemplo que un padre no le quiera dar a su hijo la herencia por adelantado, porque y que se la va a malgastar. Eso sí que es una ofensa, considerando sobre todo que el padrecito muestra una horrorosa tendencia a la longevidad.
-Bueno, bueno, sus cosas personales me tienen sin cuidado. Hablemos de negocios: ¿cuánto cuesta la piel de Zapa?
-¡Vaya, por fin se atrevió a preguntar!
-¡Pero claro! ¡Necesito refocilar!
-¡Qué palabra tan hermosa! Re-fo-ci-lar.
-Sí, más cuando se practica… ¿Pero dígame cuánto cuesta?
-Se lo escribo en la factura. Disculpe, pero es que soy mudo.
-Ya me lo imaginaba, no se preocupe.
Entonces comenzó a llover. En el techo de la talabartería había agujeros y, mientras el enigmático vendedor (que por cierto tenía cierto aire al actor Rafael Briceño) hacía la factura, algunas gotas cayeron sobre la piel sin que él se percatara, y la piel se encogió. Me sentí estafado, busqué mi guante blanco, le di con él al vendedor en la cara, y lo reté a duelo. Él aceptó con señas. Mientras esperábamos que dejara de llover, comentamos algo sobre el acontecer nacional e internacional por medio del lenguaje de los sordomudos, como en los noticieros de televisión. En aquel momento yo también preferí el silencio: resultaba muy bonito escuchar la lluvia caer sobre el techo (y sobre el piso y el mostrador) de la talabartería. Cuando escampó, salimos. Tuvimos un duelo de pistolas. Yo salí vivo del asunto, el vendedor también. A mi espalda, en cambio, cayó un rabipelado, y detrás del otro, un poeta sucio y desechable que iba pasando con una rosa bajo el brazo. Nos dio mucho pesar lo del rabipelado, pero en vista de que seguíamos vivos, no le dimos tregua al dolor, y nos sacamos las correas. Salimos corriendo uno contra el otro a darnos unos correazos. Pero nos caímos a mitad de camino porque se nos bajaron los pantalones. Aburridos de tanto infortunio, desistimos y nos dimos las manos (cosas del lenguaje de los mudos). Ya de regreso, en la puerta de la talabartería, intercambiamos unas palabras.
-El cine nacional es muy malo –dijo él.
-¿Y qué me dices de los cuentos de Sael Ibáñez? –dije yo buscando cambiar el tema de conversación.
-De eso ni quiero hablar –replicó él, evasivo.
-Sí, va a llover otra vez –respondí, igual de esquivo.
Crucé la calle y me fui a buscar un puente donde guarecerme. De verdad lamento que la piel de Zapa se encogiera con la lluvia. Si se me hubiese encogido a mí de tanto pedir deseos, no hubiera sido problema, pero que se encogiera con la lluvia… Coño, vale, de verdad que en este mundo no hay justicia.
http://www.fedosysantaella.blogspot.com
6 comentarios:
Oh no...mi rabipelado... con razon no lo encontraba
poeta del hambre///// culto pero bruto/////disculpe, soy mudo/////....
sera que estas viendo la hojilla, que estas tan creativo y poetico?
me cague de la risa, excelso pacheco
todavía no entiendo porqué me gustó tanto este desvarío, pero créeme que tiene su encanto, está lleno de detallitos sabrosos.el vendedor mudo, el rabipelado, los correazos, mola, tío, mola mucho.
Por fin se murió el poeta después de haber hecho tanto daño a la máquina que hace ping. Bien merecido se lo tenía.
UN beso!!
Refocilarse con dos mujeres: Pierina España (Milf Queen)y Jennifer Connelly (Milf Queen to be...)
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