miércoles, 9 de mayo de 2007

Sobre los héroes talabarteros

Mario Morenza


Puede que el concepto de “Talabartero” haya llegado a mi comprensión con un retraso afín al de las revistas MAD a Caracas. Me refiero, claro está, a la categoría de conceptos que tienen que ver con oficios. La primera vez que vi la palabra iba en autobús por la Av. Casanova, rumbo a mis soporíferas clases de inglés en el CVA a eso del 2002 ó 2003. A las ocho y media de la mañana, por lo general, esa vía está tan congestionada que, por la angustiosa inmovilidad, lo obliga a uno irse a pie hasta Las Mercedes. En una de esas mañanas de colas inefables, vi a lo lejos un letrerito que decía Talabartería. Quizá repasaba las tareas anglosajonas para ese día y había pasado el switch de español a inglés. Por lo que la salsa erótica que reverberaba en el autobús, el cuchicheo de los pasajeros y los estrambóticos letreros de los negocios de la zona no me desconcentraban, se movían en otro plano de mi semántica. Únicamente la palabra Talabartería se logró colar, como una indocumentada, una exiliada absoluta de los abecedarios del mundo, en fin, como una palabra venida del más allá, de una lengua muerta y clamaba ser registrada en mi lexicón.

En estos primeros días de mayo del 2007 me he dirigido, sin colas y con un inglés un tanto mejor al de Penzini Fleury cuando dice Florira Meeerliiiiins, a la Av. Casanova. He visitado unas cuantas talabarterías, media hora antes anduve por La Candelaria. Pero, mejor hablemos primero de los rastros talabarteros que encontré en las zonas más prehistóricas de la ciudad.

En Venezuela, es fama que cuando no se conoce mucho de algo, uno acude a las páginas amarillas. Ahora, en este 2007, las páginas son electrónicas. Unas siete talabarterías se encontraban en La Candelaria, según los datos que suministraba el ciberespacio.

En mi recorrido, sorteando baches, semáforos con vida y luz propia, utilizando técnicas detectivescas, me fui con un promedio digno de bateador-pitcher de la Liga Nacional: sólo hallé dos de esas siete. Repentinamente, como una alucinación a mi estado Sherlock Holmes criollo, pasé por la fachada de la PTJ. El siguiente negocio, perdón, la siguiente puerta que había en esa cuadra, invitaba a preguntar por señales a personas en estado de rotación constante como por el que yo atravesaba. Casi automáticamente lo hice. Era un señor canoso, como de 65 años. A él le pregunté por la primera talabartería que tenía en mi lista, la que había sacrificado la originalidad de un nombre, por una identificación masiva en aquella macedonia de comercios caraqueños con olor a guayoyo y de un fervor anti-fiado inconcebible. El Sr. Canoso colocó todas sus arrugas faciales en el perfecto orden para mostrar su cara más desoladora. Me dijo: No, esa talabartería ya no existe. Después de unos segundos que debieron pasarle ante sus ojos como un vertiginoso flashback de celuloide, agregó con aires de sentencia jurídica, luchas penales y económicas: Era mía.

Así, pues, que la talabartería Talabartería, ubicada en la Av. Universidad, de Monroy a Misericordia, local No. 146, ya no sobrevivía. Sin embargo, no todo era desolación. El Sr. Canoso me indicó, que si me movía en la forma en que el caballo se mueve en el ajedrez, encontraría dos talabarterías más en esa misma cuadra. Le agradecí. Crucé la esquina. Y en efecto. La talabartería Rodolfo Galbán Sucrs aparecía ante mí. Relinché de la emoción. Todas las letras que suponía identificaron el negocio en el pasado, habían emigrado o sido contratadas para la fachada de otros más relucientes y prósperos. Una letra que lleve bajo el brazo la experiencia de haber servido para anunciar un comercio de esta índole, consigue contrato tan rápido como yo hallé la siguiente talabartería. Ésta se ubica con disimulo en las entrañas del edificio Parque Carabobo y tiene como apellido el nombre de su propio dueño, el carismático señor Freddy que, en lugar de Talabartería, su negocio parece un desafío al tiempo. Había tantas chaquetas reparadas que podían quitarle el frío a la última promoción del Liceo Experimental Nuestra Señora de la Candelaria. Por todos lados había máquinas que parecían sacadas de alguna pesadilla de Stanislaw Lem. El milagro ocurría. Muebles y ropajes que ya tendrían su puesto seguro en La Bonanza, resucitaban de nuevo.

En la Talabartería Creaciones Freddy, descubrí que este oficio no sólo es un desafío a lo implacable del tiempo, sino que es lo más parecido a la ingeniería genética. En la Talabartería se manipulan cueros, pieles, se regresan tejidos a su estado original, cueros y y pieles maltratados por las condiciones ambientales y otros fenómenos, como el calentamiento global y lluvias alcohólicas, lluvias ácidas, lluvias de salsa agridulce en restaurantes chinos. A la Talabartería del señor Freddy es fácil llegar. Igualmente adjunto las tarjetas de presentación que algunos talabarteros me obsequiaron.

Seguí mi rumbo. Mi brújula apuntaba hacia la librería Monte Ávila. Allí conseguí tres joyas de la narrativa, una de ellas llevaba un considerable período de tiempo buscándola: W o el recuerdo de infancia. Las otras dos son obras de Chuck Palahniuk: Nana y Diario, una novela. ¡Y cómo son las cosas! Hace días le había preguntado a mi abuela, si por el Valle o Coche habría alguna talabartería. Gloria puso su mejor rostro de guía turística y me dijo que sí, que quedaba una, una sola, una mítica y milagrosa, cuyo dueño podría revivir hasta los pellejos de un caído en la guerra de la independencia. Era un negocio familiar, me afirmó y me indicó los datos muy tangencialmente, como para que la descubriera por mis propios medios y sintiera la emoción de hallar la versión Frankenstein de una cartera. Me dijo, también, que ya no había muchas, con el tono con que se habla de animales en extinción. En eso, pensé en La estación Plaza Venezuela, que ahora parece un zoológico virtual de animales de esa índole. Me dije a mí mismo: por qué no instalar en alguna otra estación gráficos que alerten sobre negocios que poco a poco están entrando en ese limbo, ese plano al que pertenecen las lenguas muertas, los mamuts y, al parecer, muy pronto, nuestro oso frontino. De seguro una talabartería ocupará una columna de esa estación, que no será zoológico virtual como la congestionada Plaza Venezuela, sino un Centro Comercial del Abolengo. En fin, otra cursilería venezolana por lo perdido negligentemente. Mi abuela, hablando de las imposibles talabarterías vallecocheras, me confesó un recuerdo de su infancia, que su papá, mi bisabuelo paterno, había sido un talabartero de renombre en Cuba, hace ya hará de eso unos 60 años. En eso, asentí moviendo mi cabeza como si dibujara en el aire una W con la nariz.

Y pienso en Plaza Venezuela de nuevo. Una estación más y ya estoy en la Av. Casanova. Es cierto que la Av. Casanova tiene la bien ganada reputación de ser la avenida caraqueña con más hoteles por metro cuadrado. A su registro de récords de la arquitectura moderna, debemos agregar que también es la avenida con más talabarterías por cuadra. Allí visité tres de las seis que, según el testimonio de Edison Flores, el talabartero de Nathaly 21, c.a., hay por esas calles. Su talabartería no tiene el tamaño industrial que la del señor Freddy, pero el ímpetu seguro es el mismo. Es un local pequeño y la atención rápida y efectiva. Lo pude comprobar en los minutos que estuve allí, cuando dos o tres clientes recibieron sus calzados y chaquetas restaurados. De Nathaly 21 fui a Sandra. Esta talabartería amputó la palabra más mentada en esta crónica, al menos así lo demuestra la carta de presentación que me entregó su dueño. Ahora cada día que pasa es más zapatería y distribuidora de morrales que otra cosa.

La tradición talabartera con sugestivos nombres de mujer –¿será por la zona?– desembocó en una con siglas, quién sabe si femeninas también. Inversiones H.N.H. C.A. es atendida por Nayah y ese día, sus hijas y nietos iban de un lado a otro en una atmósfera hogar detrás del mostrador. Ahora, usted lector, recuerda cuando al principio de esta crónica, titubeantemente le relaté la primera vez que me topé con la palabra talabartería, pues bien, ahora llegaba lo más cerca que había estado a ese letrero que agregó otra palabra más a mi rompecabezas del mundo. Era como si hace 4 ó 5 años hubiera avistado, con la ayuda de un telescopio, un planeta en el horizonte galáctico. Entonces, a principios de mayo 2007 pisaba sus cráteres, montañas y praderas. Aunque, al parecer, el cráter que más preocupa al señor Nayah es el económico. Nayah, con tono sufrido de quien ha encanecido volviendo zapatos y carteras a la vida, me dijo: Los materiales ya no se consiguen. Si llegan a conseguirse, los proveedores se aprovechan de la escasez, y te lo quieren vender excesivamente caros. Yo, como que este año, me voy para el carajo, sentenció.

Sus palabras sonaron como un fado portugués, a pesar de mostrar, con orgullo, en cualquiera de las esquinas, su origen árabe, su batallador origen árabe. En la última parada no me dieron tarjeta. Se trataba de una talabartería con nombre de grupo musical juvenil o placa de avioneta: Inversiones 50-A-5. s.r.l. En ésta, como ya lo habrán notado, el nombre de talabartería no aparece por ninguna esquina, como si hubiese sido sustituido por una clave Morse. Sin embargo, a esa talabartería iré a arreglar unos zapatos Clarks que acaban de soltar sus suelas, como si fueran ya un elemento detestable, otra piel a la que no querían seguir adheridos. En Inversiones 50-A-5 llevaré mi par de zapatos huecos. Abonaré, como bien lo dice el cartelón, la mitad del costo de la mano de obra.

Luego de mi búsqueda a lo Indiana Jones por Caracas, me fui a Libroria. Debo acotar que no la conocía. Allí estuve como dos horas. Me recordó a la Pulpería, sólo que me atendieron bien y no me cobraron tan caro por las joyas que allí encontré. Los títulos, curiosamente, encajan con lo que había sido ese par de horas de talabartería en talabartería. De Carson McCullers me llevé La balada del café triste. Ahora las talabarterías tienen que bailar pegado con la economía. Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato fue el otro título. Los talabarteros son una raza, de las pocas, que en su acto de fe, se niegan a morir como los miles de metros cuadrados de cueros que han logrado salvar. En Venezuela, donde todos los días se celebra algo, es injusto que no exista el Día del Talabartero. Creo que en algunos países se celebra en octubre, el primer domingo de ese mes.

Para la próxima semana volveré. Esta vez para llevar mis Clarks, con movilidad reducida, a la talabartería antes mencionada.


http://elblogque.blogspot.com/

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Un notable mapa de la cuidad que muere, de las talabarterías que sobreviven.

Salud

Empous dijo...

interesante eso de las tabarterías caraqueñas... entre cuero y cuero un talabartero haciendo de las suyas e intentando no desaparecer... algo de lo viejo quedara luego de la muerte de nuevo....

saludos... sr morenza...

Anónimo dijo...

No dejo de preguntarme los recorridos mentales de Mario ( que se miden en pisadas en papel, leguas submarinas, y metros de cuero y suela) para además de descifrar códigos de la ingeniería genética y detectar las ubicaciones secretas de las talabarterías de la ciudad, se permite una charla casi en su idioma con un señor nómada y melancólico que habla como cantando fados con la influencia de su voz árabe.

Excelentes el artículo y el detective-atleta de metros planos.


PD: Y sin duda excelente el par de zapatos que debió utilizar Mario para cumplir semejante hazaña. Serían los que pasaron factura durante la semana de la narrativa?

:)

Roberto Echeto dijo...

Mario, en estos días, en medio de una comida en la que abundaban el whisky y el pulpo a la gallega, nos habló a Joaquín Ortega y a mí de un verso de García Lorca que hablaba de un paisaje de cuero.

Qué belleza. García Lorca es el vate de los talabarteros.

Salud.

Roberto Echeto dijo...

quien nos habló del paisaje de cuero fue Sergio Márquez.

Anónimo dijo...

Muy buena tu crónica, Morenza, ya sé dónde llevar a reparar las mil y una carteras y tacones que tengo inhabilitados. Un beso. Nos vemos en el pasillo.

Anónimo dijo...

Una visión interesante sobre la inmediatez. Caracas es una ciudad llena de sorpresas que no deja de asombrar y de fascinar para convertirse en una gran aventura... besos Mario.

Anónimo dijo...

Gracias por esta crónica. Muy bueno el videito que le sigue. Besos. Nos vemos en la marcha el martes. OH.