Difícilmente nos imaginamos a Tarzán, o a Rambo sin su cuchillo. De hecho, pienso que un buen cuchillo, puede llegar a ser el mejor amigo que se pueda tener en la vida… y yo, cabe decir, tenía el mío, el cual me acompañaba a todas partes. Digo tenía, porque ya no lo tengo… Ya no tengo el cuchillo pero sí conservo su funda, una buena vaina hecha a mano por Borjas, el mejor talabartero de San Fernando de Apure.
El señor José Borjas fue quien le hizo la funda a mi cuchillo, se tardó muchísimo, yo diría que se tardó más de lo normal; se tardó seis meses en hacerla, se tardó siglos en realizarla, pero el resultado fue sorprendente. Largos flecos de cuero la adornaban, grecas bordadas en mostacillas blancas, azules y rojas le conferían un toque “Apache”, y contaba además con un repujado en bajo y alto relieve con la figura de un hombre desnudo con el pene erecto que perseguía a una gallina, la cual huía desesperada… Una belleza de funda, realizada en suela y cueros curtidos de res y de cabrito, con mechones a los lados de crin de caballo.
El día en que el señor Borjas me trajo la funda para mi cuchillo, quedé boquiabierto y, de no ser tan hombre como soy, pues casi dejaba que una lágrima se escapara de mi ojo derecho… Pero al darme cuenta, rápidamente dije cantando: “No estoy triste, no es el llanto, es el humo del cigarrillo que me hace llorar…” Aunque nadie en ese momento estaba fumando. Bueno y qué coño, casi lloro, pero no vertía mis lágrimas por la funda, si no por el cuchillo de acero que ya no tenía.
Mi cuchillo era de acero inoxidable, afilado y pulido cual espejo, con su empuñadura de blanco nácar envuelta en tiras de cuero negro y con una inscripción en su hoja que decía, “¿Yo Sí y Qué?”… Medía su afiladísima hoja 35 cms. Era casi un machete. Digo afiladísima hoja, pues yo mismo, con una piedra de río, lo había afilado noche tras noche, hasta hacerlo parecer una navaja de barbero y poderlo así mover en el espacio como una saeta… pudiendo cortar con él un pelo púbico en el aire. Lo tenía tan extremadamente afilado para que pudiera cortar ropa gruesa, haciendo los golpes más efectivos. Un cuchillo de doble filo para poder utilizar movimientos inversos o de vuelta y hacer los giros de 180 grados más eficientemente, cual guerrero Ninja… Bueno ese era mi mojón mental, eso era lo que yo mismo me decía cada noche al limpiarlo, pulirlo y sacarle filo, para luego guardarlo cuidadosamente envuelto, como arropado en una cobijita de gamuza gris o en una piel de conejo silvestre, porque en verdad NO tenía funda para mi cuchillo.
Un primero de enero, para comenzar el año con buen pie, le mandé a hacer su funda con el mejor talabartero de Apure. Fue una buena decisión que me costó unos buenos reales, pero el cuchillo se lo merecía, pues era mi compañero de todos los días.
Hay unos datos que considero importantes que yo les suministre, para que entiendan el meollo de esta historia:
1. En enero le mandé a hacer la funda al cuchillo.
2. El cuchillo es lo que técnicamente los entendidos llaman un “Randall”.
3. En febrero, una noche de Carnaval, justo a media noche y para hacer el relato mas tenebroso…una noche de luna llena, caminaba yo con unos palos de más por el boulevard de Sabana Grande en Caracas, cuando de pronto de la calle “Pascual Navarro” me salieron de golpe, un par de carajas disfrazadas de vampiras y que a clavarme las uñas, y que a chuparme la sangre, gritando esas coñas vestidas de negro y maquilladas cual Drácula algo como: Uuuuuuuuu, Uuuuuuuuuu, haciendo que mi corazón latiera de culillo a tres mil por hora.
4. Fue cuando mi “Randall” impregnado en miedo y adrenalina, salió a relucir rápidamente como una centella, haciendo un giro inverso, cortándole el cuello a la primera y alojándose profundamente en el pecho de la segunda, cortando en dos su corazón.
5. Vi desplomarse los cuerpos a mis pies, me quedé entonces unos segundos inmóvil presenciando los “estertores agónicos”, y me acerqué luego a uno de los cadáveres a retirar mi arma blanca, pero no pude despegar el cuchillo atorado en ese pecho, quizás porque se clavó también en la columna vertebral.
6. Así que con el mayor dolor de mi vida tuve que dejarlo clavado en esa mujer que yacía junto a la otra sobre charcos de su propia sangre.
7. No hubo despedidas, sabía que era un adiós, no volteé la cara al marchar, tan solo caminé retirándome del lugar, sabiendo que mi cuchillo había desaparecido en acción como los bravos guerreros suelen hacer y que nunca más lo volvería a ver.
8. En julio del mismo año el señor Borjas me trajo la funda para mi cuchillo, pero no le pude decir nada, no pude contarle que ya no lo tenía…
9. Como ya les dije: “un buen cuchillo, puede llegar a ser el mejor amigo que se pueda tener en la vida…” Ahora he puesto la funda bajo de mi almohada y de tan sólo verla, siento tristeza al recordar a mi compañero, TRISTEZA DE HOMBRE… CARAJO, pero tristeza al fin.
http://carloszerpa.blogspot.com
El señor José Borjas fue quien le hizo la funda a mi cuchillo, se tardó muchísimo, yo diría que se tardó más de lo normal; se tardó seis meses en hacerla, se tardó siglos en realizarla, pero el resultado fue sorprendente. Largos flecos de cuero la adornaban, grecas bordadas en mostacillas blancas, azules y rojas le conferían un toque “Apache”, y contaba además con un repujado en bajo y alto relieve con la figura de un hombre desnudo con el pene erecto que perseguía a una gallina, la cual huía desesperada… Una belleza de funda, realizada en suela y cueros curtidos de res y de cabrito, con mechones a los lados de crin de caballo.
El día en que el señor Borjas me trajo la funda para mi cuchillo, quedé boquiabierto y, de no ser tan hombre como soy, pues casi dejaba que una lágrima se escapara de mi ojo derecho… Pero al darme cuenta, rápidamente dije cantando: “No estoy triste, no es el llanto, es el humo del cigarrillo que me hace llorar…” Aunque nadie en ese momento estaba fumando. Bueno y qué coño, casi lloro, pero no vertía mis lágrimas por la funda, si no por el cuchillo de acero que ya no tenía.
Mi cuchillo era de acero inoxidable, afilado y pulido cual espejo, con su empuñadura de blanco nácar envuelta en tiras de cuero negro y con una inscripción en su hoja que decía, “¿Yo Sí y Qué?”… Medía su afiladísima hoja 35 cms. Era casi un machete. Digo afiladísima hoja, pues yo mismo, con una piedra de río, lo había afilado noche tras noche, hasta hacerlo parecer una navaja de barbero y poderlo así mover en el espacio como una saeta… pudiendo cortar con él un pelo púbico en el aire. Lo tenía tan extremadamente afilado para que pudiera cortar ropa gruesa, haciendo los golpes más efectivos. Un cuchillo de doble filo para poder utilizar movimientos inversos o de vuelta y hacer los giros de 180 grados más eficientemente, cual guerrero Ninja… Bueno ese era mi mojón mental, eso era lo que yo mismo me decía cada noche al limpiarlo, pulirlo y sacarle filo, para luego guardarlo cuidadosamente envuelto, como arropado en una cobijita de gamuza gris o en una piel de conejo silvestre, porque en verdad NO tenía funda para mi cuchillo.
Un primero de enero, para comenzar el año con buen pie, le mandé a hacer su funda con el mejor talabartero de Apure. Fue una buena decisión que me costó unos buenos reales, pero el cuchillo se lo merecía, pues era mi compañero de todos los días.
Hay unos datos que considero importantes que yo les suministre, para que entiendan el meollo de esta historia:
1. En enero le mandé a hacer la funda al cuchillo.
2. El cuchillo es lo que técnicamente los entendidos llaman un “Randall”.
3. En febrero, una noche de Carnaval, justo a media noche y para hacer el relato mas tenebroso…una noche de luna llena, caminaba yo con unos palos de más por el boulevard de Sabana Grande en Caracas, cuando de pronto de la calle “Pascual Navarro” me salieron de golpe, un par de carajas disfrazadas de vampiras y que a clavarme las uñas, y que a chuparme la sangre, gritando esas coñas vestidas de negro y maquilladas cual Drácula algo como: Uuuuuuuuu, Uuuuuuuuuu, haciendo que mi corazón latiera de culillo a tres mil por hora.
4. Fue cuando mi “Randall” impregnado en miedo y adrenalina, salió a relucir rápidamente como una centella, haciendo un giro inverso, cortándole el cuello a la primera y alojándose profundamente en el pecho de la segunda, cortando en dos su corazón.
5. Vi desplomarse los cuerpos a mis pies, me quedé entonces unos segundos inmóvil presenciando los “estertores agónicos”, y me acerqué luego a uno de los cadáveres a retirar mi arma blanca, pero no pude despegar el cuchillo atorado en ese pecho, quizás porque se clavó también en la columna vertebral.
6. Así que con el mayor dolor de mi vida tuve que dejarlo clavado en esa mujer que yacía junto a la otra sobre charcos de su propia sangre.
7. No hubo despedidas, sabía que era un adiós, no volteé la cara al marchar, tan solo caminé retirándome del lugar, sabiendo que mi cuchillo había desaparecido en acción como los bravos guerreros suelen hacer y que nunca más lo volvería a ver.
8. En julio del mismo año el señor Borjas me trajo la funda para mi cuchillo, pero no le pude decir nada, no pude contarle que ya no lo tenía…
9. Como ya les dije: “un buen cuchillo, puede llegar a ser el mejor amigo que se pueda tener en la vida…” Ahora he puesto la funda bajo de mi almohada y de tan sólo verla, siento tristeza al recordar a mi compañero, TRISTEZA DE HOMBRE… CARAJO, pero tristeza al fin.
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2 comentarios:
Yo quiero un Randall así!!!
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